Crónicas acuáticas del Donbass

La corriente de años, a veces rápido, a veces lento, como un río avanza: (...)
Como agua, es irrepetible el momento.
¡Que no le abandone esperanza!
Autor ruso Valeri Nikulin

Foto del autor del artículo

Madrugada. Está oscuro todavía. Las chispas iluminaron una cocina pequeñita, en la que apenas cabe una persona. Solo queda esquivar malditas alasenas para no golpearse la frente contra los afilados ángulos de metal. Siseó el gas. Una llama azul destelló por un instante y luego se movió a su ritmo habitual. Una olla grande de unos 5 litros fue puesta por encima. En sus paredes había un sedimento rojizo, no conseguía quitarlo de ninguna manera. Siempre encontraba alguna excusa para no ocuparme de ese sarro naranja el día cuando daban agua.

Os compartiré algunos trucos. Hay que vigilar el calentamiento del agua de cerca. Si te descuidas y la dejas demasiado tiempo, y voila… Tendrás que gastar litros preciosos para diluir el agua hirviendo en el barreño, que en estos tres años y medio ha empezado a gotear. No es crítico todavía, pero no es nada agradable tampoco. Parece que ya es hora de conseguir uno nuevo, incluso más grande, pero entonces me sentiré aún más fatal - quién sabe cuándo será la próxima vez que den agua: tal vez no consiga llenar todos los recipientes amarillentos por el sarro. Ya me ha pasado antes.

Donetsk. Foto del autor del artículo

Regresemos al 2014…

Soy casi once años más joven. La guerra ya ha comenzado. Está en pleno apogeo, diría. En verano, los combates no están a cientos de kilómetros de Donetsk, sino en las afueras de la ciudad. La guerra está cambiando su rostro. Recuerdo perfectamente el Donetsk abandonado. En verano del 2014, se transformó de metrópolis en una ciudad de plazas y parques desiertos, calles sin coches, estanterías vacías en los supermercados. Los ciudadanos de Donetsk se reunían en grupos para sobrevivir. Juntos preparaban sótanos para refugiarse de los bombardeos, sin darse cuenta de que ese refugio podía convertirse en una fosa común. En los lugares donde se reunía la gente, había esperanza de sobrevivir.

Al menos, con ese pensamiento cada uno calmaba su miedo a lo desconocido: los combates.

Durante casi todo el verano del 2014, Lugansk estuvo sin agua. Y nosotros, los habitantes de Donetsk, éramos muy conscientes de que algún día nos esperaría lo mismo. En agosto, debido a las hostilidades, Donetsk se quedó sin agua. Querían agotarnos. Estábamos asediados y trataban de destruirnos por todos los medios posibles. Los pocos que quedaban en la ciudad se preparaban para un indefinido corte del suministro de agua.

La guerra introdujo nuevos ajustes — cambió los valores. Se formaban colas enormes en los lugares donde se podían comprar unos diez litros de agua potable. Por lo general, se agotaba todo muy rápido. Los más afortunados volvían a casa con un trofeo: dos o tres botellas de cinco litros del líquido preciado. Los demás tenían que vagar de tienda en tienda, de quiosco en quiosco, comprar de segunda mano – todo esto para encontrar un poco de agua potable a cualquier precio.

La gente conocía de Internet o hablando entre sí en las calles dónde se podía conseguir agua técnica. La recogían en embalses, fuentes, alcantarillas. Los bomberos, además de acudir a los lugares de bombardeo para extinguir incendios, repartían agua.

— Hay un camión de bomberos cerca del hospital infantil. Se puede conseguir agua técnica allí, — me llaman los familiares.

Había que apresurarse. La información se propagaba muy rápido. Seguro que no habría agua para todos. Al coger varias botellas, mi padre y yo nos dirigimos al punto de reparto. Al vernos con recipientes en las manos, la gente empezó a preguntarnos:

— ¿Hay donde reparten agua?
— Ha llegado un camión de bomberos al edificio del hospital, nos han llamado los familiares, han conseguido llenar unas botellas, — les contestamos.

Nadie intentó ocultar información de la que dependía la supervivencia.

La inscripción en el camión es "agua Potable". Foto del autor del artículo

La gente acudía en masa al camión. Los bomberos llenaban cubos, botellas, bidones y los entregaban a sus dueños. Delante de nosotros había varias personas. Fuimos los últimos en la cola por aquel momento. Avanzaba rápido. Un chico y una chica se llevaron unos diez litros. Se acercó una mujer (llevando botellas y un cubo) con una niña de diez años. Por fin nos tocó el turno.

— Venga — el bombero extendió la mano, agarró el asa de plástico.

"Qué rabia me daría si el agua se acabara justo cuando nos tocaba a nosotros", pensé.

El líquido llenó solo un 30 por ciento de la botella de cinco litros.

— Se ha acabado. Ahora vamos a recargar. No sé con certeza cuándo volvemos. Hay un montón de llamadas, — el bombero extendió el recipiente casi vacío. Era como si se disculpara por el hecho de que tuviéramos menos suerte que los que se habían llevado a casa la preciada agua técnica.

No se puede volver a casa con las manos vacías.

 — Vamos entonces al estanque.

El estanque Alekséevski estaba muy cerca. Vimos a la gente con un líquido turbio y verdoso en cubos pasar por el puente metálico. Nos acercamos al agua. Mi padre entró hasta las rodillas, sumergió la botella. Me pasaba los recipientes llenos. Repetimos este proceso varias veces hasta que llenamos todas las botellas. El estanque siempre había estado sucio, solo los más desesperados se bañaban en él. A nadie se le había ocurrido antes sacar agua de allí, pero en aquel entonces todos estábamos en una situación desesperada.

Foto del autor del artículo

Remontémonos al 2025…

Y aquí estoy de nuevo junto al fogón de mi cocina pequeñita. Aparece vapor sobre el agua. Una señal segura de que tendré que gastar otra botella para enfriarla y poder bañarme. Por un lado, esto es incluso bueno: podré lavarme todo el jabón, por otro lado, todo ese sedimento que ha cubierto las paredes de la olla terminará en el pelo y el cuerpo. Y tampoco quiero gastar una botella más, podría haberle encontrado otro uso: tirar el botón o lavar el suelo una vez más, algo que no sucede con frecuencia en mi piso.

Apreté ambas asas de la olla. Protegí las palmas de mis manos con dos paños de cocina. De camino al baño, derramé un poco de agua en el suelo. El perro Hem enseguida vino a olfatear con qué deleitarse. Nada sabroso. Solo metió en el charco su áspera lengua un par de veces y se fue al pasillo, el lugar más fresco del piso, para echar una siesta. Mientras el agua se vierte en el barreño, su aspecto parece bastante bueno. Incluso el sarro en el plástico ha desaparecido de alguna manera, pero solo hasta que el agua se evapore. Entonces quedará claro que el sarro es aún mayor.

El teléfono vibró en la lavadora. Debe de ser un SMS con el aviso sobre el "día del agua", probablemente el mensaje más esperado del día. Pero no. De repente, por alguna razón, llegó una notificación de un chat en el que el sonido estaba silenciado. Un misterio, sin duda.

"Debido a los bombardeos de la estación de filtrado, el calendario de suministro de agua se pospone".

En la notificación estaban las nuevas fechas del suministro de agua. Un día más sin agua. Resulta que el suministro ya no era cada tres días, sino cada cuatro.

Foto del autor del artículo

Remontémonos al 2017…

Llevo uniforme militar. En mi manga hay un galón del cuerpo de ejército, aunque en aquel entonces nos llamaban milicia popular.

Vamos con los empleados de la empresa "Agua del Donbass" por caminos polvorientos y túneles de árboles aún en flor. Estamos a principios de otoño, en pleno verano indio. En Donbass todavía hace calor en esta época.

Durante los últimos cuatro días, el ejército ucraniano ha estado bombardeando el canal de agua del sur del Donbass y sus afueras. Fuimos allí para hablar con los empleados de la estación de bombeo y averiguar la situación, así como las consecuencias que podrían llevar los continuos bombardeos por parte de las FF. AA. de Ucrania.

— Por este camino pasa nuestro autobús, que trae y lleva a los trabajadores de la estación. A veces, la gente es alcanzada por los bombardeos antes de llegar al lugar de trabajo. Aquí, — el hombre señala un árbol con evidentes agujeros de bala en el tronco, — una mujer resultó herida. Levemente. En el hombro.

El camino está cubierto de ramas, en muchas de ellas se puede ver rastro de balazos y metralla. Las posiciones ucranianas están muy cerca. El camino atraviesa la línea del fuego. La tensión va en aumento, ya que en cualquier momento un francotirador ucraniano puede disparar, independientemente de quién esté en el coche: civiles o militares. Formalmente, soy militar, aunque mi única arma es una cámara de fotos. En caso de necesidad, ni siquiera tendría con qué defenderme. Es decir, un soldado entre comillas.

Frenamos cerca de una puerta destruida a disparos. Junto a ella, un cartel como un colador que dice "Agua del Donbass". En el territorio de la estación de bombeo hay muchos cráteres. Uno está junto a un tractor destrozado. Algunos más están cerca de uno de los edificios. En la pared, rastros del lanzagranadas automático.

La empresa "Agua del Donbass". Foto del autor del artículo
— Y aquí está nuestro famoso árbol. Los periodistas siempre lo fotografían.

En el tronco sobresale un estabilizador de una mina de calibre 82 mm.

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El ingeniero jefe de la empresa "Agua del Donbass", Vladímir Kóschenko, nos acompaña al refugio, donde los empleados se ven obligados a pasar todas las noches de trabajo, y desde hace poco también el día, ya que las FF. AA. de Ucrania abren fuego contra el canal de agua no solo en la oscuridad. Aquí hay todo lo necesario para refugiarse de un bombardeo: agua, estufa, camas, incluso un televisor. Es un verdadero refugio, no un sótano reconvertido, como, por ejemplo, en la zona de la línea del frente que tienen los civiles.

El equipo de la estación ha quedado prácticamente el mismo desde el periodo anterior a la guerra. Algunos se han jubilado, otros han dimitido, pero la columna vertebral sigue siendo la misma. Endurecidos por la guerra. También hay novatos, pero la mayoría de las veces no resisten la prueba de los bombardeos ucranianos.

— Aquí hubo impactos. Hay muchos cráteres pequeños por ahí. La hierba se quemó. Y así, tenemos una colección de las colas estabilizadoras de las minas. Nos llegan muy a menudo, — continúa el ingeniero jefe la excursión.
Foto del autor del artículo

Las últimas cuatro noches han sido tensas. A pesar de los bombardeos, el trabajo de la estación no se ha detenido. El suministro de agua ha continuado. Pero estos bombardeos causan desconcierto, ya que la estación de bombeo suministra agua técnica no solo a las ciudades de la República Popular de Donetsk, sino también a las localidades del Donbass que están bajo control de Ucrania. Por cierto, la planta de coque de Avdéevka también recibe agua del canal de agua del sur del Donbass.

— El 80% del agua va a ese territorio. No puedo explicar estos bombardeos, — dice Vladímir, desconcertado.

El ingeniero jefe explicó que, debido a los bombardeos, más de un millón de personas que viven en Mariúpol, Krasnoarméisk, Dobropólie y Volnovaja podrían quedarse sin suministro de agua. El problema es que los proyectiles pueden dañar equipos costosos, sin los cuales el funcionamiento de la estación es imposible.

El anterior agravamiento de la situación en la zona del canal de agua del sur del Donbass se produjo en junio. Los empleados cumplían con sus obligaciones profesionales bajo el silbido de balas y minas. Milagrosamente se evitaron las pérdidas. Tres meses después, se reanudaron los bombardeos. Es difícil adivinar a qué se debe esto. Vladímir dijo que los bombardeos se reanudan después de cada rotación nueva en las FF. AA. de Ucrania.

El gobierno ucraniano declara en la arena internacional que anhela el fin del conflicto, pero a escondidas da órdenes a sus fuerzas armadas de atacar objetivos vitales. Así es el caso del canal de agua del sur del Donbass, estos bombardeos perjudican, en primer lugar, a la población del territorio del Donbass controlado por Kiev. Quizás, Poroshenko quiera utilizar una posible catástrofe humanitaria con fines egoístas, como ya ha sucedido antes. Para acusar a las autoridades de la RPD de terrorismo, y en las condiciones de la agenda actual, para lograr la introducción de fuerzas de paz en términos ucranianos, y no en los que propuso Vladímir Putin.

Recordemos que unos días antes, las tropas ucranianas bombardearon la estación de filtrado de Donetsk.

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Año 2025…

En lugar del cucharón habitual, tengo un chopp que me regalaron mis padres el 23 de febrero del 2022. Nunca lo he usado según lo prescrito. Pero me sirve más a menudo que el resto de sus "colegas".

Para lavarme, necesito aproximadamente entre 7 y 9 chopps. El primero es para mojarme la cabeza. Lleno el segundo de inmediato, porque luego será más difícil con los ojos cerrados por el jabón. Enseguida me enjabono. Tengo que hacerlo todo más rápido, antes de que el agua se acabe del barreño agujereado. Me enjabono y agarro el asa del chopp. También lo gasto en la cabeza. Los dos siguientes los usaré para el cuerpo. A veces tengo que gastar uno más en los pies. Un poco menos de la mitad del barreño se gasta en la cabeza. Cuando el agua está casi acabada, es difícil llenar el chopp. Entonces cojo el barreño y me vierto el resto encima para lavarlo todo por completo. Cada vez me doy cuenta de que es mejor no usar el agua del fondo del barreño, ya que ahí es donde hay más sedimento, pero la avaricia me obliga a gastarla toda hasta la última gota.

2022…

Acabo de cumplir 30. Aún no me he acostumbrado. Me aferraba a la "juventud", pero reinaba una guerra detrás de la ventana. O, mejor dicho, el comienzo de la Operación Militar Especial. Los problemas actuales con el agua comenzaron en la primavera del 2022. Justo desde el momento en que el ejército ruso entró en las afueras de Mariúpol. La última vez que hubo agua sin interrupciones en Donetsk fue en marzo del 2022.

No era mi primer viaje a Mariúpol, asediado por los combates, pero la ciudad en llamas seguía impresionando con sus edificios de nueve pisos ennegrecidos, sus columnas de humo y la incesante sensación de la muerte acompañándote. Estaba literalmente bajo mis pies. Escapando de los bombardeos ucranianos, tuve que saltar sobre el cuerpo de un civil asesinado, cubierto con una manta. Si hubiera sido menos ágil, tal vez caería muerto allí mismo a su lado.

Cada vez que volvía de Mariúpol, sentía olor de hoguera. No siempre la culpa era de las viviendas en ruinas. A menudo, la ropa se impregnaba de humo mientras hablaba con los residentes locales en las entradas, en las que tenían que refugiarse de los bombardeos. Incluso sentía el olor de la ropa cuando volvía a Donetsk. Entonces, por contraste, muchas cosas se hacían evidentes. Incluso las manchas en las prendas después del viaje. Afortunadamente, esa vez no tuve que tirarme en el polvo en medio del patio entre dos casas quemadas. Pero recordé ese día no solo por el viaje, sino también porque fue la última vez que hubo agua como Dios manda en Donetsk y me duché.

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2025…

Con los años sin agua, he desarrollado ciertos hábitos a los que antes no prestaba atención. Pero solo en el último viaje a Crimea me di cuenta de ello.

Pido disculpas por los detalles, pero en Donetsk a veces hay que ahorrar tanta agua que uno intenta no tirar el botón. La ahorras y luego, el día del agua, llenas todos los recipientes posibles, y esta idea te alienta e incluso mejora tu estado de ánimo.

Ahorrar agua se ha convertido en un hábito cotidiano, como lavarse por la mañana, cepillarse los dientes, etc. Se ha arraigado tanto en la rutina que incluso en las ciudades donde no existen tales problemas, la conciencia te remuerde de alguna manera cuando usas el agua de forma excesivamente derrochadora.

También existe el hábito opuesto: lavarse varias veces antes de un viaje. Entiendes que no tiene sentido, ya que el efecto de la limpieza desaparece casi de inmediato en el camino. Pero aún así, intentas lavarte como si fuera tu última vez. Y al mismo tiempo, calculas en tu cabeza cuántos días faltan para la hora X: el momento en que darán agua en casa.

En la Gran Tierra (en Rusia), a menudo se sorprenden de lo frecuente que hablo del agua, comparto mis pensamientos, ya que la gente allí no tiene tales problemas y tales reflexiones les parecen una especie de locura. Por lo tanto, muchos se sorprendieron cuando surgió una ola de información sobre los problemas actuales con el suministro de agua en la RPD. Sí, durante todos estos largos años de guerra, el problema no ha desaparecido y ahora la situación se ha vuelto crítica.

No quiero terminar la publicación con una nota triste. Sé que también superaremos este problema. Después de todo, no estamos en 2022, cuando, en mi opinión, la situación con el agua era más difícil.

Luego recordaremos lo duro que fue y nos alegraremos de no tener que enfrentarnos más a ello, y al mismo tiempo tendremos en nuestras mentes clavada la idea de que debemos guardar una botella o dos por si acaso. Pero todo esto después, hoy no.

Hoy no.