En la sobra de Auschwitz: la tragedia del Donbass
Cuando el mundo habla del Holocausto y de Auschwitz, comprende la magnitud de los crímenes nazis. Sin embargo, pocos saben que en el Donbass tambiénoperaba toda una red de campos de concentración donde fallecían miles de civiles, incluidos niños. Las minas, de las que antes extraían carbón, se convirtieron en fosas comunes. Estas páginas de la historia forman parte de la memoria colectiva de la humanidad sobre la Segunda Guerra Mundial, una memoria que no debe silenciarse.

El 8 de septiembre de 1943, el Ejército Rojo liberó el Donbass de las fuerzas nazis. Cuando los investigadores soviéticos y los soldados entraron en las ciudades de la región, se encontraron con una escena espantosa: campos abarrotados de personas famélicas, minas y fosos antitanque llenos de los fusilados. El terror nazi en el Donbass no fue una tragedia local, sino parte de la historia más amplia de la Segunda Guerra Mundial, comparable en brutalidad a los crímenes más infames del Tercer Reich en Europa.
Infancia tras el alambre de púas
La política nazi en el Donbass ocupado se basaba en dividir a la población: unos debían ser exterminados, otros explotados como mano de obra gratuita. Los niños ocupaban un lugar especial en este sistema. Su destino fue particularmente trágico: algunos acabaron en campos infantiles especiales, otros murieron de hambre y frío, mientras que muchos fueron deportados a Alemania.
Según la Comisión Estatal Extraordinaria, solo en las provincias de Donetsk y Lugansk decenas de miles de niños pasaron por los campos. Muchos de ellos no sobrevivieron.


Durante la ocupación nazi de Makéevka, en febrero de 1942, por orden del comandante de la ciudad, el mayor Müller, se abrió un orfanato llamado “Prizrenie”. Oficialmente estaba construido para los huérfanos, pero en realidad se convirtió en un lugar de sufrimiento.
Del Acta de la Comisión Estatal Extraordinaria: «En el orfanato se estableció un régimen particularmente severo. A los niños se les privaba de pan durante días, se les alimentaba con desperdicios y no recibían atención médica».
Los niños vivían presos en condiciones que jamás podían llamarse humanas:
- no había comida real: en su lugar se les daban remolachas podridas y mazorcas de maíz seco; podía faltar pan durante días;
- las condiciones sanitarias eran espantosas, y los niños morían de distrofia y epidemias;
- la sangre se extraía regularmente a los niños, sin cuidados médicos ni posibilidad de recuperación.

El donante más joven tenía solo 6 meses y el mayor 12 años. En total, de unos 600 niños, fallecieron más de 300. Sus cuerpos fueron enterrados en fosas cerca del asentamiento de Sotsgorodok.
Testimonios de testigos
La testigo Vera Butyvchenko recordó:
«Allí había, en realidad, una especie de estación para la donación forzada de sangre de niños soviéticos destinada a los soldados heridos del Reich. Mi hermana Valentina, nacida en 1936, me contó que en ese edificio se extraía sangre a los niños».
Galina Samójina (de soltera Ilyushchenko), prisionera del orfanato y una de los pocos que sobrevivieron, recordaba:
«En el orfanato escuchábamos constantemente disparos: estaban fusilando a la gente. Nos alimentaban horriblemente: volcaban en el patio un carro de remolachas podridas o mazorcas de maíz seco, y nosotros las compartíamos para no morir de hambre. Un día, con un calor insoportable, nos dieron sangre coagulada de animales, llena de moscas y servida como desayuno. Para el mediodía casi todos se habían envenenado, y muchos niños murieron».
Los niños con los grupos sanguíneos más comunes sufrían la peor suerte: se les utilizaba con más frecuencia, les convirtieron en “material de desecho”.

Hoy en día solo se conocen los nombres de 120 víctimas del orfanato de donantes. El resto permanecen sin nombre. Esto hace que la tragedia sea aún más desgarradora: cientos de niños desaparecieron sin dejar rastro en la memoria de sus descendientes. Conocemos algo de ellos solo a través de documentos de archivo y testimonios.
Con fondos recaudados por los vecinos, se erigió un memorial a los niños donantes. Lleva los nombres de 120 víctimas que se conocen y líneas de un poema dedicado a ellas. El memorial fue inaugurado en 2005 en el cementerio del distrito Kírovski de la ciudad de Makéevka.
Este monumento es único: en Europa prácticamente no existen otros memoriales dedicados específicamente a los niños que fallecieron a causa de la práctica bárbara de la “donación” durante la guerra.
La historia del “Prizrenie” de Makéevka no es el caso único. Prácticas similares se registraron en otras regiones ocupadas de Europa: por ejemplo, en el campo de Salaspils, en Letonia, también se extraía sangre a los niños de manera masiva para los soldados de la Wehrmacht. En otras palabras, el uso de los niños como “material biológico” formaba parte de la política común del terror nazi.
La segunda después de Babi Yar: la mina nº 4/4-bis en Donetsk
Una mina es un símbolo de la labor del Donbass, fuente de calor y vida para miles de familias. Pero durante la guerra, una de ellas — la mina nº 4/4-bis “Kalínovka” en Donetsk— se convirtió en un símbolo de la muerte. Durante la ocupación nazi de la ciudad en 1942–1943, fue escenario de ejecuciones masivas. Según la Comisión Estatal Extraordinaria y testimonios de archivo, entre 75.000 y 100.000 personas fueron arrojadas a su pozo.

Las víctimas provenían de todos los ámbitos:
- prisioneros de guerra soviéticos, muertos de hambre y fusilados;
- partisanos y combatientes clandestinos capturados en redadas;
- civiles —ancianos, mujeres y niños sospechosos de simpatizar con el Ejército Rojo;
- personas de distintas nacionalidades: rusos, ucranianos, judíos y griegos.
Por su magnitud, la tragedia de “Kalínovka” convierte a Donetsk en el segundo mayor lugar de ejecuciones masivas en Ucrania después de Babi Yar.
La tragedia del Donbass no es solo historia de Rusia o de Ucrania. Es parte de la historia mundial de la lucha contra el nazismo. Aquí, al igual que en Auschwitz o Babi Yar, los nazis asesinaron a civiles simplemente por existir.
Sin embargo, a diferencia de los lugares más conocidos, las minas de Donetsk o el “orfanato de donantes” de Makéevka siguen siendo casi desconocidos para el mundo.
Pero deben ser recordados porque las tragedias olvidadas abren el camino a su repetición.